La noche del Sábado 6 de Octubre partió nuestra carabana de autobuses desde los Bastiones de Puerta Venezia en Milan. Nuestro destino era la ciudad de Perugia donde se celebraría la Marcha de la Paz Peugia-Asis 2007. Las seis horas de viaje pasaron como un soplo de viento. Vimos el amanecer del domigo 7 de Octubre en la Plaza central de Perugia, donde, desde hacía horas, comenzaba a aglomerarse una multitud de ancianos, de jóvenes, de niños, que portaban banderas multicolores y cantaban canciones alegres y llenas de esperanza. Algunos iban vestidos con uniforme escolar y otros con las insignias de su militancia: boyscaouts, bomberos, policias, alpinistas, pacificistas, alcaldes, consejales, hippies, newagers, rastafaris, gente común, gente estravagante, gente alegre, todos ocupaban con anticipación las calles de Perugia, interrumpiendo el trabajo de los barrenderos, que por mucho madrugar, no lograron que amaneciera más tarde.
Aun el Sol no calentaba el asfalto cuando nos dirigimos desde el centro de Perugia hacia la localidad de Puente San Juan (Ponte San Giovanni) que era el punto de encuentro de varias delegaciones. La plaza improvisada, que normalmente forma parte de la autopista, ya estaba ocupada por mucha gente. La policía desviaba a los últimos automóviles despistados que quedaron atrapados por la multitud. Un anciano, sucio y desaliñado, pregonaba a toda voz “Silbatos de la Paz!... un euro!” mientras soplaba varios silbatos que colgaban de su cuello y cargaba una bolsa repleta. Se veían banderas de grupos ecologistas, de partidos políticos, de varias ciudades y muchas banderas con las franjas multicolores de la Paz.
Al improviso, entre la multitud, se alzó una bandera de colores vivos con un Sol naciente sobre una montaña. Corrí al encuentro del trio que la escoltaba y les pregunté “Uds. son la delagación del Tibet?!”. “No” respondieron y siguieron su camino. La espera me había dado un poco de ansiedad y la calmé bebiendo unos sorbos de jugo de albaricoque, que para mi sorpresa, serían el único alimento de toda mi jornada. Ya había intentado preguntar si me encontraba en el sitio justo, pero incluso los policías de tránsito que desviaban el tráfico habían venido de otras ciudades para apoyar a las autoridades locales y no estaban bien informados. Sólo podía esperar y confiar.
Despúes de una larga espera, puede ver un grupo de personas que cargaban varias astas vacías y una bandera del Tibet. Les fui al encuentro y me recibieron con una sonrisa. Comenzamos a montar las banderas en sus astas. Y fue entonces que llegaron los Monjes. A la cabeza venía un anciano venerable con la mirada más humilde que yo haya visto jamás, y con sus manos llenas de astas vacías. Al unirse a nuestro grupo, comenzó a montar más banderas. En poco tiempo llegaron más Monjes, cerca de 10, todos vestidos de ese rojo-naranja intenso que hace hervir la sangre en los ojos.
La gente comenzó a amontonarse en torno a nuestro pequeño grupo. Muchos querían tomarse fotos. Otros querían banderas para llevarlas durante la marcha. Todos quedaban conmovidos por la prescencia de los Monjes Budhistas que habían venido desde tan lejos para expresar su apoyo a la lucha no violenta de sus hermanos birmanos y tibetanos. Expontáneamente, la delegación del Tibet se nutrió de la multitud y se convirtió en una ola de banderas llamativas que arrancaban aplausos y lagrimas a los transeúntes. Entonces comenzamos la marcha!
Con un canto estremecedor dedicado a Dölma, la delegación tibetana, nutrida de tantos simpatizantes, inció la peregrinación hacia Asis. Los acontecimientos que siguieron, que aun mientras escribo nublan mis ojos de lágrimas, fueron una ensoñación. La gente feliz, llena de esperanzas y de solidaridad. Los monjes impacibles y risueños, haciendo juego con sus voces para producir un sonido ensordecedor que eclipsaba el furor de la gente. Todos eramos una sola voz, un solo corazón. Quedamos absortos en el corazón de un ser infitamente protector y compasivo. Escuchando nuestra plegaria, Dölma, en su forma de Bodhisatva de la Compasión, se hizo presente entre la multitud.
Antes de que pudiera sentir las ampoyas de sangre que tenía en las plantas de mis pies, despúes de 25 Km de marcha ininterrumpida, llegamos a Santa María de los Angeles, la primera iglesia de Asis. A pesar de que habíamos salido tarde, por el paso enérgico de los monjes más ancianos, pasamos delante de la cabecera de la marcha, que portaba una bandera gigante de la Paz.
Cuando llegamos a las puertas de la Ciudad natal de San Francisco y de Santa Clara, el sudor secaba nuestras gargantas y la dicha cubria nuestros rostros. Todavía nos faltaban los últimos kilometros de marcha, los más difíciles! Asis es una ciudad pequeña situada en una colina muy empinada. Para llegar al santuario de San Francisco debiamos subir esta cuesta, que simbolicamente era la última prueba de nuestra voluntad. Con los vítores de los peregrinos exhaustos que se habían detenido para reposarse, atravesamos los arcos de la muralla de Asis. La plegaria a Dölma retumbó en sus paredes como si las hermanas piedras se unieran a nuestro canto.
Irrumpimos en la Plaza de San Francisco con una ovación de toda la gente reunida allí. Incluso un Obispo que leía el mensaje del Papa desde un valcón, hizo silencio por unos instantes. Cuando hubieron terminado los discursos, los franciscanos y el representante del govierno birmano en el exilio encendieron una lámpara de aciete y la portaron juntos a la Roca de Asis, escoltados por la caravana de Monjes Budhistas.
Al llegar a la Roca, lugar Santo y de peregrinación para todos los buscadores de Paz, la multitud comenzó a aplaudir, abriendo paso a los monjes que en gratitud cantaban su plegaria con más fuerza. Finalmente, subieron a un escenario y entonaron la oración por la Paz en todo el Mundo. Sobre el silencio de la Plaza se sintió correr una brisa ligera y dulce.
No estabamos solos, Dölma estaba allí!
Terminado de transcribir en la ciudad italiana de Pavia, a las 17 horas del día 12 de Octubre del 2007, bajo la influencia de Mercurio retrogrado. Sólo la fuerza del Amor puede atravesar los oceanos de la Confusión y la Desesperanza.
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