martes, 5 de junio de 2007

Sobre la Supuesta Relatividad del Heliocentrismo y del Geocentrismo

Desde la antigüedad la Civilización ha observado el cielo, midiendo su tiempo y el de la Naturaleza con el movimiento de los astros. Tal vez la primera de estas formas tácitas de medida fue la distinción entre el día y la noche. Con la llegada del alba, los primeros hombres veían desaparecer las estrellas, arrastradas por una corriente de luz, y con el ocaso, las observaban regresar tímidamente desde el saliente. Este hecho, tan cotidiano entonces como ahora, alimentó la imaginación de muchos y sirvió de raíz a la cosmovisión del Universo.

Con la observación continua del los astros, los primeros “astrónomos” notaron que las estrellas que acompañan al Sol en el alba y en el ocaso cambiaban con las estaciones. Tal vez desde antes, estos conjuntos de estrellas, o constelaciones, había recibido nombres religiosos y mitológicos propios de cada Cultura, y el nuevo conocimiento permitió asociar a cada uno de estos “acompañantes” del Sol un significado directo en la Vida y la Religiosidad humanas.

Así, tomando como referencia los arquetipos greco-latinos, cuando el Sol despuntaba acompañado de la constelación del Carnero (Aries), estaba señalado el fin del invierno y el comienzo de la primavera. En cambio, cuando amanecía con la constelación de la Balanza (Libra), los días comenzarían a ser más cortos y las noches más frías.

Esta trascendental observación, que seguramente no fue el fruto de un solo hombre, ni primicia de ningún pueblo, sugirió a los antiguos la idea de que el Sol se movía independientemente de las estrellas. De forma contemporánea, el seguimiento de la posición de la Luna respecto al Firmamento y al Sol consolidó la sospecha de que, además del movimiento rápido del Cielo que generaba el día y la noche, las luminarias se movían cada una por su cuenta.


Con el florecimiento de las Grandes Naciones y bajo su sombra el despertar de las pequeñas, los hombres con mayor conocimiento del cielo, que para entonces se habían erguido como Sacerdotes, individuaron 7 astros que se movían con independencia entre el resto de las estrellas: los 7 planetas. Por la importancia religiosa y práctica de esta Sabiduría, se registraron de forma sistemática sus movimientos y en muchos casos se crearon métodos que permitían predecirlos. En estos registros milenarios se podía notar que a diferencia del Sol y de la Luna, el resto de los planetas sufrían retrocesos ocasionales o retrogradaciones, repetidas periódicamente. Este movimiento “caprichoso” era uno de los tantos misterios que oscurecían la Época, y como uno entre muchos, era aceptado sin grandes cuestionamientos.
Con la observación directa del Cielo, la conclusión más evidente y, en apariencia más simple, fue imaginar que todo giraba movido por fuerzas invisibles en torno a los hombres. Y que los 7 planetas se movían a su propio paso, entre esa bóveda celeste y la Tierra.


Muchos siglos de Noches y Amaneceres de la Consciencia humana pasaron hasta que alguien repensara esta idea “simple”, notando que era incompatible con la retrogradación de los planetas. Si todos los planetas se desplazaban con libertad, ¿por qué retrocedían sistemática y periódicamente? Y por otra parte, si estas retrogradaciones eran causadas por “fuerzas invisibles” ¿cómo el Sol y la Luna escapaban de ellas? Esta contradicción fue causa de tormento para muchos hombres despiertos, de muchos tormentos mentales e incluso para algunos de tormentos físicos.

En la Noche de la Inquisición Católica, poco se podía decir sin arriesgar el pellejo. Esta amenaza cumplida, fue causa de estancamiento y de oscurantismo. Pero las estrellas brillan más precisamente cuando el Cielo es más oscuro. Y la estrella de la Razón, que fue eclipsada muchas veces sin dejar de brillar, iluminó algunas mentes con la idea del Heliocentrismo.

Si regresamos de nuestro viaje medieval, podremos imaginar una experiencia.

Un observador terrestre ve girar el Cielo en torno suyo. Pero si este observador se aferrara a una estrella y mirara hacia la Tierra, la vería girar sobre sí misma. Ambas situaciones conducen al mismo resultado, y por tanto son físicamente equivalentes. Sin embargo, aun que la Tierra sea el centro de la Rueda Celeste para quien la vive, hay millones de otras Tierras, con otros tantos observadores, que ven girar en torno suyo su propio Firmamento. Y, por muy grande que parezca a cada observador, su propia Tierra es sólo una diminuta partícula de polvo en el vasto Cosmos que todos observamos. La pequeña diferencia entre las dos Teorías del Sistema Planetario resulta en verdad enorme. Incluso, si este argumento inconmensurable no bastase, queda el “misterio” de las retrogradaciones planetarias.

Es bien conocido desde hace tiempo que las Leyes que rigen el movimiento de los cuerpos son independientes del sistema de referencia que se use. Por tanto, sea que consideremos la Tierra fija, sea que la consideremos móvil, podremos expresar de forma matemática el movimiento de los astros. Es revelador que al describir las retrogradaciones de los planetas utilizando como referencia a la Tierra se obtengan ecuaciones muy complejas. En cambio, tomando como referencia al Sol, el problema se reduce a un sistema de trayectorias concéntricas y casi circulares. El “tomar como referencia” al Sol o a la Tierra, no significa en lo más mínimo que nuestra referencia sea universal, pues como mismo vemos moverse al Universo, el Universo entero nos ve en movimiento parados sobre la Tierra o sobre el Sol, y observa con ironía silenciosa nuestro dilema sobre cual de las dos diminutas referencias es más justa.

Un último argumento pudiera ser la implicación psicológica de ambas concepciones. El Geocentrismo bien pudiera considerarse la manifestación planetaria del egocentrismo individual en el espacio arquetípico común. Resulta sugerente que Geo y Ego sean anagramas, tal vez señalando una reminiscencia lingüística de la identificación entre la Conciencia Colectiva de la Humanidad (Ego) y el Sentimiento Planetario (Geo). Para el Ego de nuestro planeta, el Universo entero gira a su alrededor. Y para cada individuo, hecho a su imagen y semejanza, la vida también gira en torno suyo.

Tenemos la tendencia engañosa a olvidar lo voluble de nuestra naturaleza, reforzando o inventando en nuestra mente las pocas cosas “fijas” que nos individúan. Este es el mecanismo aglutinador de la psique humana, cuyo principal resultado es la personalidad. Y su proyección en la colectividad crea una variedad de sombras entre las que sobresale el Geocentrismo.

Cuando el mundo se abrió a la teoría Heliocéntrica del Sistema Solar, las puertas del Universo se abrieron a la mente humana. Si cada estrella era un Sol y la Tierra era sólo un planeta más en el espacio inconmensurable, ¿Cuántos seres existirían en remotos planetas? ¿Cuántas Teorías Geocéntricas? ¿Cuántas preguntas sin respuesta?

La idea de la Infinitud, hasta entonces tan trillada y maltraída, encontró por fin su espacio entre los hombres. La existencia de un Universo más allá de nuestra vista, confirmó la intuición de muchos sabios que a pesar de los condicionamientos de los sentidos alcanzaron una profunda compresión de la Realidad. La aceptación del Otro, la reconciliación del Ego con el resto del mundo, comenzó para la Humanidad de forma masiva con la aceptación generalizada del Heliocentrismo. Considerar la posibilidad de no ser el único centro, de que no existe tal centro absoluto, ha sido uno de los progresos más importantes del Hombre en su camino hacia la Liberación. Entonces, sin lugar a dudas, pensar que el Sol es el centro de nuestro sistema planetario no ha sido sólo física y filosóficamente conveniente, sino también revelador para el progreso espiritual de la Raza Humana.

Nota: Terminado de transcribir en Pavia (Italia) a las 10:48 pm del día 3 de Junio del año 2007. Gozando de las bendiciones del trino doblemente aplicativo entre Júpiter (retrogrado en Sagitario) y Marte (en Aries), mientras Mercurio señalaba el poniente.

1 comentario:

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