domingo, 9 de septiembre de 2007

Sobre las analogías esotéricas. (Primera parte)

Introducción

La mente humana es ecléctica por naturaleza. Siguiendo el principio universal de la encomia de recursos, toda nueva información es adquirida a través de asociaciones conceptuales. Las analogías son, por tanto, una necesidad de nuestro proceso de aprendizaje y la vía más corta para el establecimiento del equilibrio entre el Yo y el Mundo externo.

La existencia de formas mentales innatas, anteriores a cualquier experiencia vivida, es un argumento polémico y su justificación, al igual que su negación, entra en el pantanoso terreno de la especulación filosófica, de donde rara vez se sale ileso. Baste con decir que, bien sean innatos o adquiridos en las más temprana infancia, existen conceptos o arquetipos mentales comunes a todos los seres humanos. Las percepciones espacio-temporales, las ideas del antes y del después, de la proximidad y de la lejanía, de la ausencia y de la presencia son ejemplos de estos condicionamientos mentales intuitivos, que aceptamos tácitamente, permitiéndonos organizar nuestro pensamiento y usarlo para interactuar activa o pasivamente con el Universo. Pero, cuando vivimos experiencias no ordinarias, estos conceptos pueden resultar en una limitación de nuestra capacidad de asimilación de información. Por ejemplo, cuando pretendemos comprender el vasto conjunto de los números, la palabra “infinito” se representa en nuestra mente a través de una colección de objetos a la que siempre se puede agregar un nuevo miembro, en lenguaje algebraico “infinito” = “infinito” + 1. Pero esta idea intuitiva adolece de dos grandes limitaciones: la primera y la más seria, es que estamos definiendo un nuevo concepto (“infinito”) partiendo del concepto mismo, y la segunda es que establecemos una identidad entre dos objetos que a priori son diferentes. La trampa tautológica de esta definición radica en el hecho de que el concepto de “infinito” escapa a las experiencias ordinarias con las cuales se consolidaron nuestros arquetipos mentales. La idea de “un objeto” o de la “unidad” es un concepto numérico primario y utilizar este elemento básico para entender algo tan ajeno a nuestra experiencia cotidiana como la infinitud resulta un intento particularmente ingenioso. Sin embargo, es obvio que este intento es fallido, pues aun que satisface los requerimientos de nuestra lógica, atenta contra nuestro sentido común y resulta una burla a nuestra limitada compresión del vasto Universo. Para seres cuya existencia parece limitada en el espacio y en el tiempo, percibir un objeto sin límites es harto difícil. Por tanto pretendemos reducirlo a una experiencia tan restringida como la habilidad de contar objetos. La limitación de nuestra comprensión del “infinito” es ilimitada. Esta idea es tal vez una definición más divertida, pero igualmente inútil. No podemos escapar a nuestros condicionamientos utilizando los condicionamientos mismos, como mismo un hombre no puede sacarse a flote en un pantano, tirando de sus cabellos con sus propias manos.

Esta limitación nos acompaña en todos los campos de la existencia humana. Con ella, pretendemos dar solución a los problemas ajenos, sintiéndonos incapaces de solucionar los propios. Y es que, como bien sentencia la sabiduría popular, “todo el mundo sabe nadar fuera del agua”. Olvidar nuestra limitada condición sólo puede conducirnos al error. Debemos entonces buscar otro modo para salir del pantano.

La solución más obvia es encontrar un punto de apoyo, algo firme de lo cual asirnos para tirarnos fuera. Este punto de apoyo puede tomar diversas apariencias: Conocimiento, Religión, Filosofía, Credo, Grupo Social, Familia. Todas, en cierto sentido, nos pueden sacar a flote, pero nunca nos harán salir del pantano, pues como hemos dicho de manera ingenua, son un “punto de apoyo” y por tanto están “firmes”. Su propia existencia sólo tiene sentido en medio del pantano. Por esta razón, estaremos a salvo mientras nos aferremos, y aun que estemos a flote, nuestra limitación será mayor que antes. Tendremos el miedo a hundirnos como compañía y nuestra esperanza será reducida a lograr asir las partes más sólidas de nuestro punto de apoyo.

Existe otra forma, menos evidente, de salir a flote, utilizando el principio de funcionamiento de los misiles a propulsión. Según las leyes de la física, un cuerpo puede avanzar sin un punto de apoyo siempre que pierda masa. Aprovechando esto, las naves espaciales logran viajar a través del vacío (donde evidentemente no hay donde apoyarse) perdiendo masa a través de sus cohetes. En palabras inexactas, es como si la masa perdida en la combustión creara un punto de apoyo imaginario gracias al cual avanza la nave.

Si lográramos, entonces, perder masa mental, podríamos de forma autónoma sacarnos a flote del pantano de nuestras limitaciones. Y es aquí donde aparece la idea de la “Renuncia”. Para librarnos de nuestras limitaciones, debemos renunciar a nuestros prejuicios y a todas las ventajas prácticas que nos proporcionan. Seguramente el lector se preguntará ¿qué ventajas puede tener un prejuicio?, pero si piensa detenidamente descubrirá que son muchas. Si no aportasen nada, ya hubieran sido eliminados en el proceso evolutivo de la Conciencia Colectiva del Hombre.

Los prejuicios nos permiten esquivar peligros potenciales. Utilizando un mínimo de información, gracias a nuestros juicios preconcebidos, podemos anticipar los acontecimientos y tomar decisiones. La mayor parte del tiempo descartamos experiencias o personas basándonos en nuestros prejuicios. Las nuevas experiencias son clasificadas en nuestra mente de acuerdo a experiencias anteriores, es decir a prejuicios. En fin, los prejuicios nos permiten una vida mucho más cómoda y también mucho más limitada. Renunciar a ellos nos reintegra nuestra libertad, pero nos pone en riesgo. La decisión es mas difícil de lo que aparenta.

Para salir a flote, debemos quemar el combustible de nuestras ideas preconcebidas, y usarlo como propulsor de nuestra mente hacia nuevas realidades. Por ello, aun que sean útiles e inevitables, las asociaciones mentales, las correspondencias entre sistemas conceptuales, y las analogías entre cuerpos filosóficos o religiosos, deben ser tratadas con cautela. Siempre que nos permitan ampliar nuestra comprensión, resultan útiles. Pero cuando comienzan a ser un lastre, debemos estar dispuestos a quemarlas para seguir adelante.

Analogías sobre la Qabalah

De todos los sistemas esotéricos, el hebraico ha sido uno de los más reinterpretados en el mundo occidental. Tal vez por que es uno de los más abstractos, o por las raíces judías del Cristianismo, o simplemente por el capricho de algunos ocultistas. Cualquiera sea la razón, es innegable el papel protagónico de la Qabalah en muchos movimientos esotéricos modernos.

Una de sus características más elogiadas es el hecho de que ofrece un recipiente conceptual que puede ser ocupado por cualquier panteón religioso. Su jerarquía de 10 Sephirot o arquetipos de fuerzas primarias, puede identificarse, según la opinión de muchos, con las cualidades del Ser Macrocósmico que se reflejan latentes en el ser microcósmico, dando un sentido especialmente metafórico al aforismo “como es arriba es abajo”. El hecho, probablemente histórico, de que el surgimiento de la Qabalah se debe al contacto de legendarios ascetas con realidades divinas aporta una cuota adicional de legitimidad a este sistema de conocimiento espiritual. Cierto es que, aun que esta leyenda no fuera estrictamente cierta, por su valor intrínseco y por los desarrollos posteriores, la Qabalah es una Gran Obra esotérica.

Desde hace tiempo, con mayor o menor acogida, se han establecido analogías entre las fuerzas sefiróticas y las jerarquías espirituales de diversas religiones. Un lector ávido puede encontrar textos de todo origen, con equivalencias que van desde el panteón Griego y su derivación románica, pasando por el Hindú, el Budista, el Yoruba, el Egipcio, atravesando el Santoral Cristiano hasta llegar a las Jerarquías Planetarias de la Astrología y a las Angélicas de la Pneumatología. De todo esto se ha escrito y probablemente mucho más se ha dicho sin ponerlo en papel. No podemos perder de vista que cuando se dispone de mucha información, se corre el riesgo de sufrir grandes confusiones. Tal vez por ello, los estudiosos de la Qabalah insisten en el hecho de que estas analogías no son identidades sino correspondencias.

Es difícil no dejarse seducir por deseo de construir nuestro propio sistema esotérico. Tal vez por eso tienen tanta acogida los métodos eclécticos que combinan elementos de diferentes tradiciones. Sin embargo, de acuerdo a mi limitada observación, algunas veces las mezclas esotéricas resultan en “cócteles molotov” que hacen saltar en pedazos el sentido común de la gente.

Si bien la experiencia directa es el único modo de trascender nuestras limitaciones, cuando estas experiencias están preconcebidas o condicionadas por nuestros prejuicios, no conducen a nuevos horizontes, más bien producen estancamiento e inercia. Este es uno de los peligros de las analogías esotéricas. La Realidad Divina se nos diluye en el conocimiento hueco cuando olvidamos que los sistemas espirituales son solamente una llave para abrir la cerradura de nuestra naturaleza trascendental. Ningún conocimiento es definitivo, ninguna obra es perfecta, todo en nuestro mundo es transitorio.

Como un caminante, sentimos la necesidad de portar suficientes provisiones para el viaje. Pero con cada libra de equipaje, somos más lentos y el viaje resulta más largo, con lo que nuestras provisiones se agotarán igualmente. De nuevo aquí se nos presenta una decisión difícil: cargar con todo lo que pudiera servirnos a riesgo de hacer el viaje infinitamente largo o arriesgarnos a sufrir carencias para llegar a nuestro destino pronto. En el viaje de nuestra mente, nuestro equipaje es el conocimiento, y su peso son las ideas preconcebidas.

Cuando hacemos analogías, por ejemplo, entre la Qabalah y el panteón Egipcio, en realidad estamos haciendo una correspondencia entre las ideas preconcebidas que tenemos de ambos sistemas espirituales. De la Religión del Nilo, que pereció hace tiempo, sólo nos queda la sombra. De la Qabalah, tomamos las reinterpretaciones occidentales, pues en la tradición viva hebrea no hay cabida a las imágenes licantrópicas de los tiempos faraónicos. En el mejor de los casos, dispondremos de información adecuada, pero la organizaremos a nuestro antojo, procurando en el “nuevo” sistema, un espacio para nuestras propias inquietudes. Claramente, esto no hace nuestra interpretación inválida, sino todo lo contrario. Resulta válida en nuestra experiencia, pero no fuera de ella. En otras palabras, las analogías y los símbolos son útiles si están acompañados de ciertos condicionamientos culturales, psicológicos y sociales.

Todas las interpretaciones modernas de la Qabalah deben ser vistas como el resultado cristalizado de fuerzas arquetípicas preponderantes en ciertas épocas y lugares. Si separamos unas de otras, estamos más propensos a la confusión que al éxito.

Al hacer las correspondencias debemos contar con el hecho innegable de que los arquetipos abstractos son mucho más impersonales que las manifestaciones psico-espirituales con las se les puede asociar, y que por otra parte, estas manifestaciones mentales son mucho más abundantes en colores y detalles que los conceptos abstractos. Por ello, no es difícil encontrar más de un sistema de correspondencias válido.

Un ejemplo claro de esto es la correspondencia entre las Jerarquías Planetarias de la Astrología Occidental y los Sephirot de la Qabalah. Partamos del hecho de que la tradición hebrea considera 10 arquetipos primarios (los 10 Sephirot), mientras que la Astrología Clásica proponía 7 planetas y 12 Jerarquías Zodiacales. En ningún caso la correspondencia cuantitativa puede ser evidente. Incluso, con la inclusión moderna de los planetas transpersonales, pueden establecerse varias correspondencias y escoger entre unas y otras es tan difícil como reconocer dos gemelos. Adicionalmente, la ambivalencia de los arquetipos astrológicos, que resulta una ventaja esotérica, crea gran confusión para establecer equivalencias, pues no es igual un Martes en Aries, que un Martes en Escorpio, ni es igual una Venus en Libra que una Venus en Tauro. Esta ráfaga de ideas confusas nos indica que el establecimiento y la comprensión de las correspondencias esotéricas no es un asunto trivial.

La espiritualidad humana, por su carácter potencialmente divino, trasciende los conceptos y arquetipos mentales. Por tanto, no existe un sistema de arquetipos que pueda contener todas las manifestaciones de la consciencia religiosa. Todas las correspondencias y analogías deben entenderse como un medio de aproximación a nuevas realidades, como puentes entre nuestra pequeña isla de conocimiento y el resto del mundo. Los puentes sirven para unir porciones de tierra firme, pero no acortan la distancia entre las dos riveras. Cada sistema filosófico o religioso es válido por sí mismo. Establecer analogías nos permite sintonizar nuestra mente con otras manifestaciones de la Diversidad Divina. Pero, en nuestra labor temporal de constructores de puentes, no debemos olvidar su función. Para la mayoría de los hombres, los puentes son lugares de tránsito. Si nos quedamos sobre el puente no estamos ni a un lado ni al otro. Así mismo, si nos quedamos en el arte de las correspondencias esotéricas, sin vivir plenamente ninguna religión o arte espiritual, perderemos lo más rico y provechoso del esoterismo.


Terminado de transcribir a las 9:25 del día 9 de Septiembre del 2007, en la ciudad italiana de Pavia. Júpiter ascendía con el onceno grado de Sagitario.

Se recomienda leer la Segunda Parte de este escrito.

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