En el principio era una masa incandescente de polvo cósmico y de gases que gravitaba en torno al Sol. Las continuas y colosales erupciones liberaban de la superficie burbujas de materia agitada y oscura, ahogando el sordo resplandor con una espesa atmósfera de polvo. La lucha continua y violenta de las entrañas por abrirse paso hacia el Vacío, liberó el calor que causaba su agitación, y el Planeta Tierra vivió con total entusiasmo su primer diluvio, copioso, interminable, pero incapaz de inundar los ríos de fuego. Varios miles de diluvios fueron necesarios para que el fuego cediera espacio al lecho del Mar Primordial, hirviente y turbio.
Los Ojos del Sol, que en nuestros días todo lo ven, no podían atravesar con sus rayos la espesa niebla de entonces. No había otra Luz que la nacida de las profundidades.
La energía del Abismo, aplacada por la fecundidad del Mar, combinó ciertos elementos en amalgamas diminutas, que por fuerza y edad, se juntaron en nuevas amalgamas, más diversas y más juntas. Con tal lentitud nacían las nuevas alianzas de los elementos, y con tal rapidez eran deshechas por el devorador empeño de su Padre, que sólo aquellas que lograron multiplicarse por sí mismas, escaparon de la muerte, transmutando la informe energía que les dio origen en medios para sobrevivir y hacer sobrevivir a sus propias emanaciones. Así, el calor sombrío y renegado de las profundidades, reveló al Planeta Tierra el más preciado de sus arcanos:
Las Tres Aguas del Mundo dieron su chispa seminal, su vientre y sus pechos a los nacientes hijos del Abismo que habrían de multiplicarse y poblar todo el Océano Visible e Invisible. El agua cálida, turbia y plutoniana de lo Profundo les dio el hálito. Su hermana, el agua vasta y oceánica de Neptuno les dio su seno por cobija. Y por último, el agua dócil y fértil, que mueve las mareas líquidas y etéreas, les amamantó con el Limo Lunar, néctar de vida y misterio de fecundidad.
Entre tanto, las bocanadas de humo y cenizas de la superficie fueron suavizadas por el agua y el frío del Vacío.
El sentido de individualidad más primitivo, la necesidad de preservación, motivó la expulsión de los primigenios Hijos del Paraíso Infernal donde habían sido creados. Comenzó para el Planeta Tierra, con este acto plagado de ingenuidad, el lento y perenne éxodo de las Sombras desde lo Profundo hacia
Pronto la prosperidad crió el oportunismo y junto a los Hijos adoptivos del Sol, crecieron los primeros depredadores, diminutas formas de Vida capaces de nutrirse de sus congéneres. Esta intensa lucha por comer y no ser comido, dio un nuevo impulso a
En las fronteras del Reino de Poseidón, el fuego del Hades fluía aún, librando su última gran batalla y dejando a su paso montones de cadáveres de roca sólida. Derrota, tras derrota,
La explosividad latente de los Infiernos, hundida en lo más profundo de
El Tiempo no se detuvo, y con Él, las enormes mareas lunares arrojaron mantos de agua sobre el suelo árido, que aun conservaba el olor del Azufre. Tal vez acudiendo al llamado silencioso de ese olor, o quizá huyendo de la furiosa lucha por la supervivencia,
Los nuevos dueños del suelo fueron acogidos por el Triángulo de las Tierras. La primera de las Tierras y la más antigua de tres, les dio forma corpórea, dotándoles de la capacidad de erguirse hacia el Cielo. La segunda Tierra, plena de movimiento, les dio la capacidad de mudarse, y el don de mudar a sus hijos y a sus esporas con el Viento. Y este Viento espació
El Reino Viviente recibió las bendiciones de la tercera Tierra, quien reunió bajo sus pies los Instintos Vitales de cada criatura en un Sentimiento de Compasión Planetario, femenino, seductor y fuerte como el Toro. Se multiplicó desde la espiga herbácea y frágil hasta las manadas de troncos firmes, cuyas ramas y hojas no desperdiciaban ni una chispa de Sol. El Árbol de
En el trasfondo de este Escenario, se movieron siempre las fuerzas casi intangibles del cuarto Triángulo, el Triángulo de Aire. Aun desde los tiempos en que
También la electricidad vital que agitaba las más diversas formas de Vida, y la capacidad de irritarse y de responder al Mundo, fueron regalos del mismo Aire incontenible, que cual Prometeo, entregó estos Arcanos a los mortales. Su hermano, el segundo Aire, Arconte de Justicia que en
El tercero de los Aires, reservó para el Reino un don inigualable, la capacidad de adaptación, propia del metal líquido. Siendo la naturaleza de este Mundo el Cambio continuo, adaptarse fue la primera necesidad de toda existencia. Así, el Triángulo de Aire, selló con el éxito la empresa de
Desde el Origen y hasta el Fin, los cuatro Triángulos conspiraron continua y auspiciosamente en favor de los Vivos y de los Muertos. El Cielo y el Abismo, que son el mismo y a la vez son Dos, enfrentaron sus Ejércitos de Arcontes en un acto de sacrificio supremo, para dar al Sostenedor de los Mundos los materiales sutiles y gruesos de su Reino. Sabido este acto de Compasión sin límites, puede imaginarse
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